El auge de la construcción de centrales nucleares en las décadas de 1960 y 1970 brindó la esperanza de una nueva era energética y, al mismo tiempo, trajo consigo un desafío desconocido: la gestión del combustible gastado descargado de las centrales. ¿Podía reciclarse? ¿Era factible su disposición final? ¿Podía almacenarse? De ser así, ¿durante cuánto tiempo y en qué condiciones?
Con el paso de los años, los expertos han dado respuesta a todas estas preguntas. El trabajo de casi cuatro decenios de investigaciones coordinadas por el OIEA sobre la gestión del combustible nuclear gastado se ha plasmado en una nueva publicación, Behaviour of Spent Power Reactor Fuel during Storage (IAEA-TECDOC-1862), que ya puede consultarse. En ella se recopilan los datos, las observaciones y las recomendaciones pertinentes que los expertos han dado a conocer sobre esta cuestión desde 1981.
“Cuando empezamos a investigar en colaboración con el OIEA, a principios de la década de 1980, éramos conscientes de las diversas repercusiones técnicas y científicas asociadas al almacenamiento del combustible gastado, que es muy radiactivo”, señala Ferenc Takáts, Director Ejecutivo de la empresa húngara de consultoría de ingeniería TS Enercon. “Tratábamos de obtener información básica al respecto para crear una base de datos general de los países con experiencia, ya que, en ese momento, no existía nada parecido”.
En los albores de la energía nucleoeléctrica, muchos países habían planeado reciclar su combustible gastado para sacar el máximo partido al uranio que utilizaban. El primer paso del reciclaje es el reprocesamiento, proceso químico en el que se separa el material fisible y el plutonio y el uranio no utilizados del combustible para su reutilización en nuevos combustibles de óxidos mixtos (MOX). En la actualidad, Francia, el Reino Unido y Rusia disponen de plantas comerciales de reprocesamiento.
Otros países, como el Canadá, los Estados Unidos, Finlandia y Suecia, han optado por la disposición final del combustible gastado, en lugar de por su reciclaje. Esa alternativa consiste en ubicar de manera segura el combustible gastado en lugares subterráneos profundos, en condiciones que imposibilitan su recuperación.
En un primer momento, todos los países habían previsto reprocesar el combustible gastado, ya fuera en instalaciones propias o en otros países. Sin embargo, la disposición final directa pasó a ser la opción predilecta de la mayoría de los países en las décadas de 1980 y 1990, dado que el precio del uranio se mantenía bajo y el reprocesamiento planteaba preocupaciones ambientales. A principios de la década de 2000, el interés por el reprocesamiento volvió a aumentar, a raíz de la necesidad de una electricidad barata y con bajas emisiones de carbono y de la preocupación por la disponibilidad de uranio a más largo plazo.
Como el debate seguía en curso y las posturas iban cambiando, las autoridades retrasaron su decisión en repetidas ocasiones y el almacenamiento temporal del combustible gastado acabó prolongándose más de lo previsto.
Cada uno de nosotros puede aportar una visión diferente sobre el mismo tema de interés común.