Tanto nuestra salud como la del planeta dependen de las plantas: estas nos proporcionan el 80 % de los alimentos que ingerimos y el 98 % del oxígeno que respiramos. Aun así, no se las protege lo suficiente y por ello enfrentamos problemas de gran magnitud, como la degradación de los suelos. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alrededor de un tercio de los suelos del mundo se han deteriorado debido al cambio climático, la polución o prácticas agrícolas deficientes e insostenibles. Según esa organización, cada año se degradan unos 50 000 kilómetros cuadrados, una superficie tan grande como la de Costa Rica.
“Los animales, las plantas y los humanos necesitamos alimentos nutritivos en cantidades suficientes para poder gozar de buena salud —dice Najat Mokhtar, Directora General Adjunta y Jefa del Departamento de Ciencias y Aplicaciones Nucleares del OIEA—. No obstante, en los últimos 70 años se ha reducido considerablemente la concentración de vitaminas y nutrientes en las frutas, verduras y cereales debido a la pérdida de fertilidad del suelo”.
El suelo es “fértil” cuando proporciona nutrientes esenciales a las plantas y cuenta con condiciones químicas, físicas y biológicas favorables para su crecimiento. Las plantas necesitan 18 nutrientes esenciales para su propio desarrollo y para producir alimentos saludables; 3 de ellos provienen de la atmósfera y son absorbidos durante la fotosíntesis y los otros 15 provienen del suelo. Por desgracia, muchas de las prácticas agrícolas actuales suponen un cultivo constante que no prevé la reposición de los nutrientes que los cultivos han absorbido del suelo, lo que provoca una disminución gradual de su fertilidad.
Por fortuna, los científicos pueden generar datos que ayudan a contrarrestar este problema. Mediante técnicas nucleares o isotópicas, pueden reunir información cuantitativa fiable sobre la salud y la calidad del suelo, que es de gran utilidad a la hora de formular políticas adecuadas de ordenación y preservación de tierras agrícolas y de adaptación a los efectos del cambio climático.
“Los recursos edáficos son fundamentales, pero no son renovables; pueden pasar hasta mil años antes de que se formen solo uno o dos centímetros de suelo —dice Lee Kheng Heng, Jefa de la Sección de Gestión de Suelos y Aguas y Nutrición de los Cultivos del Centro Conjunto FAO/OIEA—. Las técnicas nucleares nos ayudan a observar los procesos en los suelos para protegerlos y mejorar la producción agrícola, la seguridad alimentaria y el bienestar de los seres humanos en todos los lugares del mundo”, finaliza.
Mediante el análisis de los isótopos del carbono, el nitrógeno, el fósforo y otros elementos, los científicos pueden calcular la cantidad exacta de fertilizante que las plantas necesitan en determinado entorno. De hecho, cuando se usa demasiado fertilizante el cultivo tiene menor rendimiento y genera más emisiones de gases de efecto invernadero. Estos expertos pueden redactar orientaciones para los agricultores sobre la composición, la dosis y la frecuencia de uso de los fertilizantes. Gracias a este tipo de estudios, se ha mejorado la producción agrícola y se ha contribuido a la lucha contra el hambre y la malnutrición en todo el mundo, en particular en regiones en donde hay escasez de alimentos.
Desde hace unos 60 años, el OIEA y la FAO asisten a los países en la aplicación de técnicas nucleares, isotópicas y de base nuclear en la agricultura. Por ejemplo, el Centro Conjunto FAO/OIEA ayudó a los agricultores de la República Democrática Popular Lao a aumentar el rendimiento del arroz en un 60 % mediante la aplicación de mejores prácticas de gestión del suelo y los nutrientes. El Centro también contribuyó a que científicos de Kenya mejoraran la gestión del agua y los nutrientes para optimizar el rendimiento de los cultivos y aumentar la resiliencia del suelo. Más recientemente, el OIEA ha venido colaborando con expertos en Costa Rica para reducir la cantidad de gases de efecto invernadero que se producen como consecuencia del uso de fertilizantes en la agricultura, al tiempo que se mejora el rendimiento de los cultivos de arroz.