Pese a sus beneficios socioeconómicos y el papel que desempeña en la mitigación del cambio climático, la energía nucleoeléctrica tiene una reputación cuestionable después del accidente de Fukushima. ¿Por qué es así y qué puede hacer la industria para invertir esta situación?
La energía nuclear es la principal fuente de generación de electricidad con bajas emisiones de carbono en las economías avanzadas. En los últimos 50 años, su utilización ha evitado la emisión de más de 60 gigatoneladas de CO2, lo que equivale a casi 2 años de emisiones relacionadas con la energía a escala mundial1. Además del papel que desempeña en la mitigación del cambio climático, la energía nuclear contribuye a disponer de un aire limpio, ya que evita la emisión de partículas y otros contaminantes, y todo ello a la vez que se produce de manera fiable, previsible y eficaz en relación con el costo. Asimismo, la energía nuclear crea muchos puestos de trabajo locales, a largo plazo y de alta calidad, lo que trae aparejados considerables beneficios socioeconómicos, importantes en el contexto de la recuperación posterior a la COVID-192. Sin embargo, a pesar de todo esto, la percepción de la opinión pública sigue planteando un problema a la industria, pues las preocupaciones sobre la seguridad y los desechos nucleares eclipsan todos los demás logros.
A diferencia de lo ocurrido en el momento del accidente de Chornóbil, durante el accidente nuclear de Fukushima Daiichi la industria nuclear no escatimó datos e información. Aun así, en una época caracterizada por una cobertura mediática las 24 horas, los 365 días del año, y la proliferación de información, que permite a todo el mundo expresar su opinión en Internet, este mayor nivel de transparencia no ha logrado granjearse la confianza del público general.