Estamos expuestos a la radiactividad constantemente en nuestra vida cotidiana. Entre las fuentes de radiación más conocidas se encuentran los hornos de microondas de nuestras cocinas y las radios que escuchamos en nuestros automóviles. Gran parte de esta radiación no supone ningún riesgo para la salud.
Por el contrario, el radón es una fuente de radiación natural que sí puede ser nociva. Se trata de un gas incoloro, inodoro e insípido que emana de los materiales del lecho recoso, se filtra a través del suelo y se propaga en el aire.
Al aire libre, este gas no plantea ningún inconveniente. Sin embargo, según numerosos estudios, en espacios cerrados, como los hogares y los lugares de trabajo, este gas es peligroso y supone un riesgo para la salud, incluso en concentraciones moderadas. Las concentraciones elevadas de radón en espacios cerrados son particularmente nocivas, porque la exposición prolongada a este gas por vía aérea aumenta considerablemente las probabilidades de sufrir cáncer de pulmón.
Varios elementos químicos que decaen en radón, como el uranio, el torio y el radio, pueden estar presentes en el suelo, el agua y los materiales de construcción. Las normas de seguridad del OIEA fijan las concentraciones de radón en los hogares y los lugares de trabajo que deben respetarse para proteger la salud de las personas.