La premisa básica del desarrollo de la fusión por el sector privado es que existen muchas vías para la comercialización, y que los emprendedores pueden complementar los programas gubernamentales. A modo de ejemplo, basta con echar un vistazo a lo que ha sucedido en la industria de los lanzamientos espaciales. Una combinación de ingeniosos programas administrados por el Gobierno de los Estados Unidos y basados en alianzas público-privadas ha permitido realizar ahorros de manera generalizada en este sector, como han demostrado los ejemplos de SpaceX y Blue Origin, entre otros.
Los partidarios de la fusión del ámbito privado piensan de manera similar y se preguntan: ¿Cómo podemos abaratar las cosas? ¿De qué manera podemos utilizar las innovaciones más recientes en el terreno de los materiales, la tecnología y la inteligencia artificial para lograr viabilidad? ¿Cómo podemos reducir los costos totales de capital y el costo de la electricidad de manera que los sistemas de fusión puedan competir con el gas natural de ciclo combinado?
Desde mi investigación posdoctoral en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore en 1999, vengo siguiendo muy de cerca la historia de las empresas privadas dedicadas a la fusión. El Departamento de Energía de los Estados Unidos tenía en marcha un pequeño programa llamado Innovative Confinement Concepts (ICC), en el que se buscaban conceptos más sencillos y de más fácil construcción para la fusión nuclear. Ayudé a organizar la serie de talleres de dicho programa, y sus actividades se solapaban y complementaban con los conceptos de fusión que se estaban desarrollando en el ámbito privado. Cerca de Livermore, TAE Technologies (entonces llamada Tri-Alpha Energy) daba sus primeros pasos; en Vancouver (Canadá), General Fusion iniciaba su andadura, y, en el Reino Unido, se había fundado Tokamak Energy, por entonces conocida como Tokamak Solutions.