La pandemia de la COVID‑19 ha puesto patas arriba al mundo que conocíamos al convertirse en la primera enfermedad en más de un siglo que ha paralizado enteramente nuestra vida cotidiana y nuestras economías.
Algunos de los brotes de enfermedades más dañinos de los últimos decenios han sido de enfermedades zoonóticas, como la enfermedad por el virus del Ébola, el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) y el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS). Cada año, las zoonosis (enfermedades e infecciones transmitidas por animales, en su mayor parte en estado silvestre, a humanos y propagadas posteriormente entre humanos) enferman a unos 2500 millones de personas y causan casi 3 millones de muertes.
Las consecuencias de estas enfermedades en los países y regiones y, en algunos casos, en todo el planeta no solo afectan directamente a la salud de las personas, sino que también deterioran los medios de vida y dan lugar a recesiones económicas. Cuando la enfermedad del Ébola arrasó África occidental en 2014 y se llevó miles de vidas en esa parte del mundo, las restricciones y controles dirigidos a contener la enfermedad también intensificaron la inseguridad alimentaria. Las cadenas de suministro agrícola se vieron perturbadas, lo cual limitó la capacidad de los agricultores de cultivar o vender alimentos. La gente pasó hambre. Algunos murieron de inanición. Muchos perdieron sus medios de vida.
Anteriores crisis derivadas de enfermedades han conllevado experiencias semejantes. Ahora vemos que las ramificaciones directas e indirectas de la pandemia mundial de COVID‑19 ponen en peligro la seguridad alimentaria y los medios de vida de cientos de millones de personas. No podemos subestimar las repercusiones generalizadas de las enfermedades zoonóticas en nuestras comunidades, economías ni en la sociedad en su conjunto.
Las enfermedades zoonóticas van en aumento.
La deforestación, los efectos del cambio climático y la intensificación e industrialización de las actividades agrícolas, en combinación con el aumento de la urbanización y el crecimiento demográfico, contribuyen en conjunto a una mayor intrusión de los humanos y el ganado en los hábitats silvestres naturales. En muchas partes del mundo las personas siguen dependiendo en gran medida de los animales para el transporte, la tracción animal, la ropa y la alimentación, y la caza y el consumo de animales silvestres son también prácticas habituales. Esta estrecha relación entre animales y humanos supone que, si brota una enfermedad animal o zoonótica, puede propagarse con rapidez, lo cual pone en peligro las actividades de desarrollo y el potencial de un país.